Tenemos una falsa convicción. Una adulterada predisposición.
Una errónea tendencia a creer que nuestro sol es una estrella ordinaria. Una más entre los miles de billones que hay allá afuera.
Posiblemente, esta creencia se ha originado gracias a Hollywood y las películas de ciencia ficción.
En efecto, Hollywood nos ha pintado la imagen de que cualquier estrella en el universo tiene planetas habitables.
En la cinematografía, es común ver mundos rebosantes de vida que poseen dos soles y tres gigantescas lunas.
La magia de Hollywood nos hace creer que todo esto es posible. Pero, la verdad sea dicha, la realidad dista mucho de la ciencia ficción.
Si creías que nuestro astro rey es un cuerpo celeste común y corriente. Déjame decirte: ¡Ni remotamente!
Hoy en día, los científicos saben que nuestro sol está lejos de ser una simple estrella ordinaria.
Por el contrario, cada día se convencen más de que nuestra estrella madre es bastante única. Una perla flotante en un mar cósmico.
Veamos las razones que convierten a nuestro sol en una estrella muy especial:
Nuestro sol es una enana amarilla. Una bola caliente de gas que mantiene todo el sistema solar unido. Desde el más grande de los planetas, hasta el más pequeño polvo cósmico.
Con un radio de aproximadamente 700,000 km, es casi 333,000 veces más masivo que nuestro planeta. De hecho, ¡dentro del sol podrían caber 1.3 millones de tierras! (Imagínense ese tamaño tan colosal).
El sol está localizado en el «espolón de Orión», o el «brazo de Orión», como también se le conoce.
Recibe este nombre debido a que se encuentra en una de las periferias de los brazos de nuestra galaxia. A una distancia aproximada de 26,000 años-luz del centro de la Vía Láctea.
Al igual que la tierra, el sol también rota sobre su propio eje. Sin embargo, debido a que no es un cuerpo sólido, sus partes rotan a distintas velocidades.
En efecto, el sol rota en el Ecuador una vez cada 25 días. Pero en los polos, rota una vez cada 36 días.
El sol se formó hace 4.6 billones de años, cuando una nebulosa compuesta de gas y polvo, se comprimió y terminó aplanándose en un disco.
Nuestro astro rey representa el 99.8 % de toda la masa del sistema solar.
Algún día el sol consumirá toda su energía y morirá. Cuando esto suceda, se expandirá y se tragará a Mercurio, Venus y, probablemente, también a la tierra.
No obstante, no debemos preocuparnos. El sol todavía es una estrella joven. Ni siquiera ha llegado a la mitad de su existencia. Se estima que todavía le quedan 6.5 billones de años de vida.
Al final de sus días, el sol terminará encogiéndose hasta formar una enana blanca. Desafortunadamente (o afortunadamente, según se quiera observar), nunca explotará en una supernova. Pues no es lo suficientemente masiva para ello.
Ahora bien, tengamos presente que existen varios tipos de soles. Estos se clasifican según su temperatura y luminosidad. A esto se le llama «clasificación espectral».
El espectro indica la intensidad, según su longitud de onda. Entre más roja sea una estrella, más fría es. Y entre más azul, más caliente.
Se tienen entonces siete tipos espectrales básicos, identificados con las siguientes letras: O, B, A, F, G, K y M. Asimismo, éstos se dividen en 10 subclases, numeradas del 0 al 9 (en orden decreciente de temperatura).
Las estrellas O, B, A y F, son más masivas que nuestro sol, que es de clase G (G2 para ser exactos). Estas estrellas suelen ser de color azul y blanco.
Por otro lado, tenemos las clases K y M, que son menos masivas que nuestro sol. Sus colores varían de anaranjado a rojo.
Las estrellas clase G, como la nuestra, son de color amarillo y no son muy comunes en el universo. Sin duda, una razón más para apreciar las condiciones tan especiales en las que vivimos.
Las estrellas más masivas (O, B, A y F), son bastante calientes en su superficie. Mientras que las menos masivas (K y M), son relativamente frías.
En épocas recientes, los científicos añadieron tres tipos adicionales de clasificaciones espectrales (L, T y Y). Éstas se utilizan para describir estrellas mucho más frías que las anteriores, como las enanas marrones.
Se estima que el 80% de estrellas en el universo son enanas rojas, de clase espectral K y M.
Estas estrellas no son propicias para mantener planetas que alberguen vida porque, al ser tan frías, los mundos necesitarían estar muy cerca de ellas. De lo contrario, se congelarían.
No obstante, estar muy cerca del sol presenta serios inconvenientes.
Por un lado, la gravedad haría que el planeta no tuviera movimiento rotacional. De modo que una cara quedaría siempre expuesta al sol y la otra quedaría siempre en tinieblas.
El resultado es que una mitad del planeta sería extremadamente caliente y la otra extremadamente fría.
Por otro lado, estar muy cerca al sol generaría mucha radiación sobre el planeta, lo cual sería prohibitivo para la vida.
Si las estrellas son muy masivas, como las O, B, A y F, la radiación sería tan intensa que la capa de ozono no podría proteger el planeta.
Adicionalmente, tenemos que considerar también el problema de la luz. Si la luz es muy blanca o azul, la fotosíntesis no puede ocurrir.
Igualmente sucede si la luz es anaranjada o roja, el tipo de luz que emiten la mayoría de estrellas en el universo.
Resulta entonces que, nuestro sol, tiene el tamaño, la masa, la radiación y la luz perfectas para la vida.
Aquí nos encontramos con una situación «ricitos de oro». En donde las cosas no tienen que irse a ninguno de los dos extremos, sino que deben estar ahí, justo en un punto intermedio perfecto.
Otra característica única de nuestro sol es que posee una órbita circular, la cual es de crítica importancia.
El sol órbita alrededor del centro de la vía láctea, a una velocidad aproximada de 864,000 km/h.
Una órbita que toma, aproximadamente, 230 millones de años en completarse. Esto es lo que se conoce como «un año cósmico».
A modo de curiosidad, desde la formación del sol hace 4.6 billones de años, solamente han ocurrido, aproximadamente, 20 años cósmicos hasta el día de hoy.
¿Por qué es importante la órbita circular de nuestro sol?
Porque de ser más elongada, nuestro astro rey entraría en el centro galáctico, en donde se vería severamente afectado por las extremas fuerzas gravitacionales.
Recordemos que, en el centro de la galaxia, existe un agujero negro que se traga todo lo que está en sus vecindades.
Las órbitas circulares también son importantes para los planetas, pues evitan que el astro se acerque o se aleje mucho de su estrella.
En efecto, si un planeta se acerca mucho a su estrella, las temperaturas serían infernales. En contraste, si un planeta se aleja mucho de su estrella, la superficie se congelaría totalmente.
Por consiguiente, las órbitas circulares son absolutamente ideales para mantener el clima constante. Una característica esencial para el desarrollo de la vida.
Adicionalmente, las órbitas circulares evitan que los astros interfieran unos con otros. En efecto, si las órbitas fueran elípticas, los planetas se expulsarían unos a otros fuera del sistema solar.
Resulta entonces muy significativo que los demás planetas del sistema solar, como Júpiter, también tengan órbitas circulares.
En relación a Júpiter, si la órbita de nuestro gigante gaseoso fuera más elíptica, la tierra entraría en zonas peligrosas.
Interesantemente, la mayoría de estrellas y planetas en el universo, no poseen órbitas circulares, sino elípticas.
Otra propiedad que hace único a nuestro sol es su metalicidad.
Nuestra estrella es rica y abundante en metales pesados. Los cuales son necesarios para crear planetas que puedan albergar vida.
Los astrónomos sostienen que, la metalicidad del sol, puede estar cerca de la media dorada para la creación de planetas habitables.
Ciertamente, la riqueza en metales de nuestro astro rey es única, en comparación con otras estrellas de nuestras vecindades.
Sin lugar a dudas, y por todas estas razones, el sol está lejos de ser una simple estrella ordinaria.
Hemos podido ver que, desde su tamaño, masa y luminosidad; pasando por su órbita circular; hasta su riqueza en metales pesados. El sol ha sido perfectamente confeccionado para el surgimiento de la vida.
Una razón más para creer que el universo ha sido creado y diseñado por una súper conciencia.
Son demasiados los ajustes precisos de nuestro astro rey, como para pensar que tales calibraciones ocurrieron simplemente por azar.
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, vamos a dejarlo hasta aquí.
Espero que el relato del día de hoy les haga apreciar lo especial de nuestro sol. Naturalmente, ¡hemos visto que no se trata de una estrella ordinaria! ¡En lo absoluto!
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Como siempre, les ha hablado su amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!