Hoy vamos a tratar un caso escalofriante, una de esas historias que te ponen la piel de gallina.
Uno de tantos relatos que, por su misma espectacularidad, te dejan con la boca abierta y completamente estupefacto por las increíbles y maravillosas posibilidades de este universo.
Definitivamente, todavía hay muchas cosas que desconocemos. Apenas hemos visto la punta del iceberg.
Esta crónica que les voy a contar, o leyenda, si así lo quieren, ocurrió a finales del siglo XIX, en la isla de Oesel, ubicada en el mar Báltico, en las postrimerías del golfo de Riga.
Resulta que esta isla era muy pequeña y por entonces sólo contaba con un pueblo. Un pueblo que se llamaba Arensburg.
Si había algo característico de esta pequeña localidad, era que abundaban las capillas fúnebres construidas por la gente más adinerada.
Capillas en donde los aristócratas solían enterrar a sus muertos. Pues era algo muy común por esa época, que las familias ricas tuvieran un lugar para sepultar a todos los miembros de la familia, en la medida en que estos fueran falleciendo.
Otra cosa que hacía famosa a esta pequeña isla, era que contaba con los mejores whiskies de la región. Así que, aparentemente, capillas y whisky era el sello distintivo de este lugar.
Por consiguiente, una de las tradiciones de esta pintoresca villa, era la de mantener el cuerpo de sus muertos dentro de la capilla para que así pudiese descansar con sus seres queridos.
Así, cada vez que alguien moría, se le ponía en un pesado ataúd hecho en roble y después se le depositaba en una de las criptas, o panteón, de su respectiva familia.
Según cuenta la leyenda, todo comenzó el día 22 de junio de 1844, cuando una dama (a quien nos referiremos como la señora Dalmann), fue a visitar la tumba de su querida madre. Al llegar, ató a su caballo a una verja del cementerio, cerca de la capilla de la familia Buxhoewden.
Resulta entonces que la señora se encontraba poniéndole flores a la tumba de su querida progenitora, cuando de pronto, y para su sorpresa, el caballo en el que viajaba entró en un estado de pánico insoportable.
Tal era el miedo del pobre animal, que a la pobre criatura le salía espuma por la boca. El grado de exaltación del animal era tal, que la aterrorizada dama no tuvo más remedio que solicitar los servicios de un veterinario para calmarle.
Pero la historia no acaba aquí. El domingo siguiente a este extraño episodio, varias personas volvieron a dejar sus carruajes y sus caballos en las proximidades del panteón de los Buxhoewden, a fin de asistir a los servicios religiosos de la iglesia vecina.
Lo que no sabía esta pobre gente era que, al volver, sus bestias se encontraban temblorosas, agitadas y locas de miedo. ¿Qué era lo que les estaba produciendo tales horrores y semejantes estados de exaltación?
Algunos lugareños, que en ocasiones pasaban por aquel lugar, habían reportado una serie de ruidos extraños y que parecían provenir de la capilla de los Buxhoewden.
Los jefes de la familia, al oír los rumores que circulaban en torno a estos acontecimientos extraños, no hicieron más sino encogerse de hombros y reír.
No les prestaron mayor importancia y tildaron todo eso de tontos sinsentidos.
Sin embargo, como los incidentes de este tipo se seguían repitiendo; la familia Buxhoewden, en un intento para calmar los ánimos de la agitada población, decidió abrir su panteón para probar que nada anormal estaba ocurriendo allí dentro. ¡Vaya sorpresa se llevarían!
Lo que ni ellos, ni nadie, se esperaba, era que los ataúdes de su panteón estaban totalmente desorganizados.
Era como si alguien hubiera entrado y luego retirado todos los ataúdes de sus lugares, para después apilarlos en el centro de la capilla.
La confundida familia examinó los ataúdes, y luego los depositó en sus lugares originales. Después cerraron la puerta y procedieron a poner unos sellos de plomo en todo el lugar.
De esta manera, nadie podría entrar y perturbar la paz de sus parientes muertos. Probablemente, pensaron, se trataba de alguna persona malintencionada que había entrado y desorganizado los ataúdes del lugar.
Después de esto, volvió la calma al pueblo. Sin embargo, la historia no terminaría ahí. Poco tiempo después, el tercer domingo de julio, 11 caballos fueron atados frente a la capilla de los Buxhoewden.
¿Y a qué no adivinan qué pasó? Efectivamente, los pobres y desdichados animales volvieron a sufrir ataques de pánico y miedo.
De hecho, algunos estaban tan desesperados, que rompieron su cabestro y echaron a correr despavoridos, como alma que se la lleva el diablo. En medio de tal alboroto, muchos caballos tropezaron, rompieron ruedas y tres de ellos, cayeron fulminados inexorablemente. Murieron de manera casi instantánea.
Después de semejante y horroroso suceso, la capilla de los Buxhoewden fue abierta nuevamente y, de nuevo, para sorpresa de todos, los ataúdes estaban completamente desorganizados y puestos en el centro del recinto.
Incluso, algunos estaban al revés; y uno de ellos, estaba aplastado, como si algo muy pesado se le hubiera puesto encima. La acongojada familia no tuvo más remedio que volver a poner los ataúdes en su sitio y cerrar otra vez las puertas del panteón.
Esta vez, y como era de esperar, sellaron todo con cadenas y candados.
El problema era que los pobladores seguían muy inquietos y descontentos, con toda la razón. Así que, preocupados, presentaron una demanda pidiendo que se llevara a cabo una investigación en torno al famoso panteón.
Así, un tribunal eclesiástico decidió investigar el asunto. Pusieron a cargo a su representante, el barón de Guldenstubbe, quien se puso manos a la obra y fue de inmediato a visitar la cripta de la familia Buxhoewden.
Cuando el barón llegó, abrieron la puerta del panteón y ¡oh sorpresa! Otra vez, los ataúdes estaban apilados en la mitad de la habitación.
Para ese momento los nervios ya estaban demasiado alborotados. Era hora de tomar medidas extremas.
Así que lo que se hizo a continuación fue una excavación en el suelo de la cripta, para asegurarse que no había ningún pasaje o túnel secreto, por el que algún bromista se pudiera colar para generar tanta algarabía y desorden.
No obstante, los resultados de la excavación no mostraron ningún pasadizo secreto, todo estaba en completa normalidad. Entonces al barón de Guldenstubbe se le ocurrió una gran idea: hizo poner una capa fina de ceniza dentro de la capilla y alrededor de ella.
Así, si alguien entraba, sus huellas iban a quedar inevitablemente grabadas en la ceniza.
Además, mandó a cerrar las puertas del recinto bajo las más estrictas medidas de seguridad. Incluso, colocó una guardia armada para que vigilaran el lugar por 72 horas.
Después de pasados tres días, los miembros de la Comisión volvieron y les pidieron un reporte a los guardias.
Les preguntaron si algo extraño había ocurrido mientras vigilaban el lugar y estos afirmaron que no habían visto, ni oído nada extraño.
Igualmente, dentro y alrededor del panteón, no había ninguna huella en la ceniza, ningún indicio de que alguien sospechoso hubiera entrado y estado por allí.
Además, todos los sellos estaban intactos. Toda esta situación resultaba inaudita; pues, habría sido imposible que alguien hubiese entrado, ante la presencia de los guardias, sin ser detectado, sin dejar ninguna huella en la ceniza y sin romper ningún sello.
Las cosas se dejaron así y no ocurrió nada extraño por un tiempo, hasta que uno de los miembros de la familia Buxhoewden falleció.
Obviamente, para el funeral y el entierro, era preciso volver a abrir la capilla.
Cuando lo hicieron, y ante la mirada aterrorizada e incrédula de numerosos testigos, de nuevo todos los ataúdes estaban apilados, unos sobre otros, en el centro de la cripta.
Había algunos que, inclusive, estaban al revés. El asunto se estaba volviendo cada vez más intrigante y horripilante. Era como si alguien, o algo, sacara los ataúdes de su lugar y los hiciera, literalmente, bailar para dejarlos amontonados en el centro del recinto.
La aturdida y perpleja familia no tuvo más remedio que volver a organizar todo, y depositar al nuevo fallecido en su respectivo lugar de descanso.
Otra vez volvieron a poner sellos y a cerrar todo con candado. Ciertamente, es una lástima que la familia Buxhoewden no hubiera contado con cámaras de seguridad en esa época.
Así se hubiera podido atrapar al responsable en el acto, in fraganti, con las manos en la masa (o en los ataúdes, en este caso). Aunque… Pensándolo bien, tal vez era mejor que no existiera la tecnología actual en aquella época; porque de lo contrario, quien sabe qué tipo de cosa habrían visto.
Debido a que las acusaciones corrían de boca en boca, y a que todos tenían los nervios de punta, se constituyó un Consejo de familia con el objetivo de poner fin a las especulaciones.
Así que de nuevo llamaron al barón de Guldenstubbe. Cuando éste, y los hijos mayores de la familia Buxhoewden, volvieron a abrir las puertas del panteón, notaron que los sellos no habían sido tocados.
Sin embargo, los ataúdes, como ya era costumbre, estaban de nuevo amontonados y desorganizados en el centro del lugar.
El barón de Guldenstubbe mandó, por enésima vez, a ponerlo todo en orden, y a cerrar y sellar de nuevo la maldita tumba.
Otra vez puso un guarda frente a la puerta y les solicitó al obispo, y a dos médicos de la localidad, que participaran con él en la investigación.
Cuando los tres hombres entraron una vez más a la capilla, los ataúdes, obviamente, estaban en completo desorden. Algunos de ellos hasta se encontraban en posición vertical. Solamente el ataúd de la abuela y el de dos niños, estaban en sus lugares correspondientes.
A pesar de que las cajas estaban intactas, éstas se abrieron a petición de la familia. Allí los médicos pudieron comprobar que los cadáveres no habían sido tocados y que las joyas de los fallecidos permanecían con sus dueños todavía. Esto, tristemente, descartaba cualquier intento de robo.
Posterior a todos estos espeluznantes y extraños acontecimientos, y tras una larga deliberación, la Comisión le propuso a la familia Buxhoewden que trasladaran los ataúdes a otro lugar; lo cual se hizo inmediatamente.
A continuación, el panteón fue completamente demolido. Y cuando este infame y execrable lugar desapareció, el orden y la paz volvió a reinar, una vez más, en la pequeña localidad de Arensburg.
Y eso es todo amigos. Sin lugar a dudas, esta es una tremenda historia. ¿Qué fue lo que pudo haber pasado en ese lugar? ¿Por qué los ataúdes bailaban por sí solos en aquella espeluznante danza macabra?
¿Qué ser pudo haber sido el responsable de estos terroríficos actos? ¿Qué clase de espectro, o entidad, habría podido generar tal pánico en los caballos, hasta el punto de horrorizarlos y asesinarlos?
Ahí les dejo todas esas inquietudes…
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, vamos a dejarlo hasta aquí.
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Como siempre, les ha hablado su amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!