Julio 24, de 1948. A las 2:45 de la mañana, en los cielos de Montgomery Alabama…
Si había algo que le encantaba hacer al capitán Clarence S. Chiles era volar.
No existía nada que le generará un mayor sentimiento de paz y libertad que surcar los cielos a miles de kilómetros de altura.
Quizá era su manera de escapar de los agobios de la vida cotidiana.
“¿Y cómo van las cosas con la señora, John?” Preguntó Clarence a su amigo y copiloto, John B. Whitted.
“Y ya tú sabes Clarence, que las relaciones son un poco difíciles, pero ahí vamos, en la lucha” respondió John, con un aire de resignación.
“Entiendo lo que dices amigo. Entiendo perfectamente lo que dices” exclamó Clarence, con la sonrisa cómplice de quien entiende de estas cosas.
“¿Puedes decirme la altitud?”, Continuó Clarence, siempre preocupado por tener pleno control sobre todos los aspectos del vuelo.
“5000 pies” dijo John, con voz fría y calculadora.
Los dos hombres habían salido del aeropuerto de Houston, Texas, rumbo a Atlanta, Georgia, a bordo de un DC-3 de Eastern Airlines.
Ambos eran pilotos veteranos y este era un simple vuelo de rutina. Como los cientos, o quizá miles, que habían realizado con anterioridad.
La noche era tranquila y clara, iluminada por una luna llena que brillaba sobre algunas nubes solitarias. Se podría decir que la noche era casi como el trayecto, rozando en el umbral del aburrimiento.
“¿En dónde nos encontramos, John?” Preguntó el capitán, en medio de un bostezo disimulado.
“Estamos sobrevolando Montgomery” dijo el copiloto, con un tono igualmente cansino.
Nunca se habrían imaginado aquellos dos hombres que la velada monótona estaría a punto de ser interrumpida. Y que, aquella noche de verano, les marcaría para siempre.
“Oye John, ¿qué es esa cosa brillante y roja que se encuentra allá adelante? Preguntó súbitamente el capitán, saliendo de su letargo.
John fijó su mirada con curiosidad en el objeto luminoso y exclamó, “pues, mira que no lo sé Clarence, que cosa más extraña”.
El extraño objeto se encontraba justo enfrente de la trayectoria del avión.
“Debe ser otro avión. Tú sabes, uno de esos nuevos jets del ejército” dijo Clarence, sin estar plenamente convencido de sus palabras, “¿puedes chequear esto?”.
El copiloto revisó sus instrumentos e intentó contactar con la torre de control. No obstante, no tuvo tiempo de hacerlo porque, en un abrir y cerrar de ojos, el objeto se abalanzó sobre ellos a una velocidad increíble. Pasando a una distancia de apenas 1000 pies, aproximadamente, del lado derecho de la aeronave.
“Pero ¡qué diablos!” Vociferó el exaltado capitán”, “¿qué carajos fue eso, John?”
“¡No lo sé, Clarence! ¿Quizá alguno de esos nuevos cohetes de los que hablabas?” Contestó el confundido copiloto.
“¡Cohetes mi abuelita, John! Eso no era ningún cohete. ¿Viste como subió de rápido?”.
En efecto, después de dirigirse hacia ellos a una velocidad obscena, el objeto cambió de dirección, tomó un curso hacia arriba y desapareció entre las nubes.
Todo el espectáculo no duró más de 10 o 15 segundos. Y, sin embargo, el tiempo fue más que suficiente para impresionar a los dos veteranos pilotos.
“Esto tenemos que reportarlo, John” dijo Clarence, todavía sobresaltado. “¡Esto tenemos que reportarlo!”.
Después de haber aterrizado en Atlanta, los dos hombres se encontraban en las oficinas de la Fuerza Aérea estadounidense (USAF), por sus siglas en inglés.
Allí, en aquellas parcas oficinas, el capitán Edward Ruppelt era el hombre encargado de llevar a cabo la investigación.
“Dígame, señor Chiles. ¿Podría describirme qué fue lo que vio?”. Dijo Ruppelt, frío como un témpano de hielo.
“El objeto tendría alrededor de 100 pies de largo” replicó Clarence, todavía afectado por el suceso “era como un cohete, con una cabina que emitía mucha luz.
En la mitad había un brillo azul transparente, que recorría toda la longitud del aparato. La parte de atrás emitía una llamarada de color rojo. Era algo así como un B-29, pero sin alas y más ancho”.
El testimonio de John Whitted fue bastante similar al de Clarence Chiles, excepto que John no vio la cabina, ni la sección azul transparente del centro, sino que, en su lugar, reportó haber visto dos filas de ventanas rectangulares.
Ninguno de los hombres había escuchado sonido alguno y tampoco se percataron de alguna turbulencia generada por el objeto. Turbulencia que era apenas de esperar por haber pasado a una distancia tan cercana a la aeronave.
El capitán y el copiloto no fueron los únicos hombres que vieron el objeto. Uno de los pasajeros también lo hizo, aunque no de una manera tan nítida. Este hombre sólo vio un fogonazo de luz a través de su ventana.
Algunas semanas después de la entrevista, Edward Ruppelt caminaba inquieto, de un lado para otro, en su oficina.
“Señorita Murdoch”, exclamó Ruppelt, con voz de mando y dirigiéndose hacia su secretaria, “vamos a titular este informe «El estimado de la situación»”.
Como jefe encargado del caso, era necesario redactar un documento y enviárselo a sus superiores. En concreto, al general Hoyt S. Vandenberg, jefe de personal de la Fuerza Aérea.
“Y, por favor, hágame un recuento de lo que tenemos hasta ahora”, continuó Ruppelt.
“Si señor”, exclamó la señorita Murdoch, mientras afinaba el tono de su voz, “Clarence Chiles y John Whitted, dos reconocidos pilotos veteranos, vieron un objeto volador no identificado el 24 de julio de 1948, a eso de las 2:45 de la mañana.
El objeto apareció súbitamente y, en cuestión de segundos, se acercó a su aeronave DC-3 a gran velocidad, para después virar hacia arriba y desaparecer entre las nubes”.
La señorita Murdoch hizo una pequeña pausa y luego continuó, “Los testimonios de ambos testigos coinciden, excepto en algunos pequeños detalles. En concreto: Clarence Chiles describe una sección transparente y un brillo azul en la mitad del objeto, que lo recorre longitudinalmente.
Así como una cabina que emite una luz intensa. Mientras que, John Whitted, sostiene que en la mitad hay dos hileras de ventanas rectangulares. El señor Whitted también manifiesta que el objeto desapareció súbitamente mientras ascendía hacia las nubes”.
“Bien”, replicó Ruppelt, “¿algo más?”
“Si señor”, exclamó la secretaria, “tenemos dos testigos adicionales. Uno es el pasajero que, aunque no vio el objeto de forma directa, si vio un destello de luz desde su ventana.
El otro es un operario de mantenimiento de la Fuerza Aérea de Robins, en Macon, Georgia, quien reportó, y lo cito textualmente, «una luz extremadamente brillante que pasó por encima a gran velocidad». Esto ocurrió la misma noche en que el incidente Chiles-Whitted tuvo lugar”.
“Perfecto”, exclamó Ruppelt con satisfacción, “¿a qué conclusión hemos llegado?”
“A que se trata de un objeto volador no identificado, posiblemente de origen interplanetario”, sentenció la mujer.
El documento, «El estimado de la situación», tenía un grosor considerable y una portada negra en la que se podían leer las palabras «TOP SECRET».
“Bien”, dijo Ruppelt, ya para finalizar, “ahora sólo queda enviárselo al viejo Vandenberg para que sea él quien tome las decisiones”.
Esto no ocurriría sino hasta varios meses después, en el despacho de Hoyt S. Vandenberg.
“Bueno señores, ¿quiero saber que opinan?” Preguntó Vandenberg a los hombres que lo acompañaban en su oficina.
El primero en hablar fue Allen Hynek, astrónomo de la Universidad de Ohio y asesor científico del «proyecto sign».
“En mi opinión, yo debo decir que el objeto que presenciaron Clarence Chiles y John Whitted no era otra cosa que un meteorito bastante brillante”, exclamó Hynek, con un tono de arrogancia.
Y luego prosiguió, “la cola llameante y la desaparición súbita son consistentes con el paso breve de un meteorito. Es más, un gran número de meteoritos fueron observados por astrónomos aficionados en la noche en cuestión.
En particular, entre julio 23 y julio 24. Ahora bien, con relación a las ventanas y la cabina que los pilotos dijeron ver. Bueno… Eso se lo dejo a los psicólogos”, concluyó Hynek, dejando escapar una risita sarcástica.
El segundo hombre en hablar fue Donald Menzel, astrónomo de la Universidad de Harvard y un prominente escéptico del fenómeno de los ovnis.
“Estoy de acuerdo con Allen en esto. La noche del 24 de julio fue un periodo de mucha actividad de meteoritos. Tengamos presente que, en ese momento, la tierra estaba moviéndose a través de las corrientes Aquarias.
Un astrónomo aficionado en Alabama contó hasta 15 meteoritos en una hora. Dos días después del incidente Chiles-Whitted, una gigantesca bola de fuego se observó en Carolina del Norte y Tennessee.
No existe ninguna duda de que Clarence Chiles y John Whitted malinterpretaron la apariencia de un meteorito, inusualmente brillante, con una nave de otro planeta.
El meteorito en cuestión poseía un cuerpo incandescente, blanco y azul, con gases ardientes que se evaporizaban debido a la fricción con la atmósfera. ¡Vamos Hoyt, creo que este caso está más que cerrado!”, finalizó Menzel, mientras sorbía su taza de café.
En efecto, en 1959, casi 10 años después del suceso, el incidente Chiles-Whitted fue catalogado por el gobierno americano como: «un fenómeno causado por un meteorito brillante e incandescente».
No obstante, este avistamiento ovni pasó a la historia por ser uno de los primeros casos en donde los testigos eran dos pilotos veteranos de una aerolínea.
Hay que tener presente que esto ocurrió mucho antes de que el gobierno estadounidense aceptara públicamente la existencia de los objetos voladores no identificados, según el reporte liberado por el Director Nacional de Inteligencia, en el año 2021.
Los OVNIS, o UFOs (por sus siglas en inglés), pasaron a ser denominados UAPs (fenómenos aéreos no identificados). El gobierno de Estados Unidos ahora acepta su existencia, pero desconoce su origen o procedencia.
Algunos años después del incidente, y en alguna cafetería remota de algún pueblo de Estados Unidos, Clarence Chiles y John Whitted disfrutaban de unos buenos Wafles y de una humeante taza de café, mientras rememoraban esos viejos tiempos.
“¡Vamos John!”, exclamó Clarence, frunciendo el ceño y todavía con signos de enojo en su rostro, “pueden decir lo que quieran. Pero tú y yo sabemos lo que vimos. Un meteorito, dicen, ¡Ja! ¡Un meteorito mi abuelita!” …
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, espero que les haya gustado la historia del día de hoy.
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Les ha hablado su camarada y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!