En el día de hoy, vamos a tratar un tema bastante controversial. Un tópico que siempre ha sido objeto de debate y que, por lo general, termina en acaloradas discusiones.
El asunto guarda relación con la existencia de un «creador cósmico».
Desde los albores de la humanidad, el hombre ha mirado al firmamento e, inevitablemente, se ha formulado esta pregunta: ¿existe Dios? ¿Existe un ente superior responsable de la creación del universo?
Este es el interrogante que intentaremos contestar en el día de hoy.
No obstante, antes de empezar, quiero dejar una cosa en claro:
Sin importar cuánto se discuta esta cuestión, nunca será posible probar la existencia o la inexistencia de Dios.
Repito:
«Es imposible probar la existencia y la no-existencia de Dios».
Utilizaré una analogía para explicar esta afirmación:
Imagina que has vivido en tu dormitorio toda la vida, sin haber salido nunca de él. Allí naciste y allí morirás. Tu dormitorio es tu universo. Es todo lo que conoces.
Dentro de tu habitación desarrollaste el método científico, porque querías conocer las realidades de tu universo.
Según la Wikipedia, el método científico establece lo siguiente:
«Es una metodología para obtener nuevos conocimientos. Consiste en la observación sistemática, medición, experimentación, formulación, análisis y modificación de hipótesis».
Como podemos observar, existen algunos pasos esenciales en el método científico: observación y definición del problema, generación de hipótesis, diseño de experimentos, elaboración de metodologías, experimentación práctica, análisis e interpretación de resultados, etc.
Imagina que has desarrollado el método científico para estudiar y comprender las realidades de tu universo. Es decir, las realidades de tu dormitorio.
El método científico implica observación, medición y experimentación. Si deseas aplicarlo de manera exitosa, necesitarás objetos tangibles para llevar a cabo esta tarea.
Aplicando rigurosamente el método científico, obtendrás un conocimiento profundo sobre las realidades de tu habitación. Habrás determinado que existe una cama, una mesita de noche, una poltrona, un televisor y un escritorio.
Has medido y estudiado a cabalidad estos objetos. Conoces su forma, el material en que están hechos, y su composición química.
Ahora bien, digamos que, en el universo de tu habitación, alguien afirma que existe una cocina, una estufa, un horno, una podadora, un jardín y unas bicicletas. Con toda probabilidad, a este individuo lo tildarán de loco.
Algún científico de tu universo podría decir:
«Hombre, estás loco, aquí lo único que existe es una cama, una mesita de noche, una poltrona, un televisor y un escritorio. ¿De dónde sacas esas locuras? ¡No tienes pruebas! ¡El método científico no avala la existencia de las cosas que mencionas!».
Formulo la siguiente pregunta:
¿Sería correcta la afirmación del científico? ¿Sería correcto concluir que el horno, o la estufa, no existen porque el método científico no puede observarlos, medirlos y analizarlos? ¡Por supuesto que no!
El método científico es limitado, pues solamente puede estudiar las realidades del dormitorio. No tiene acceso a las demás áreas de la casa. No puede ver lo que se encuentra en las habitaciones contiguas, en la sala de estar, en el estudio, en el garaje o en el jardín. Tampoco tiene acceso a lo que se encuentra fuera de la casa. Por ejemplo: el barrio, la ciudad, el país, el planeta y la totalidad del cosmos.
Su usabilidad es limitada, pues su campo de acción está confinado dentro del dormitorio.
¿Entiendes por dónde va la cuestión?
La ciencia solamente puede estudiar las realidades del universo conocido. Es decir, las realidades de la “habitación” en la que vivimos.
Es incorrecto concluir que no existen otras realidades diferentes a nuestro pequeño “dormitorio cósmico”. Una realidad, fuera de nuestro universo, no se puede observar, analizar, ni estudiar. En otras palabras, nunca se podrá demostrar o negar.
Dios trasciende el contexto que la ciencia puede estudiar. Por lo tanto, es imposible utilizar el método científico para observar, medir, experimentar y concluir sobre su existencia.
Dios puede vivir en la sala, en el estudio o en el jardín. Y, de ser así, nunca lo sabremos, pues no tenemos acceso a esos planos de existencia.
En consecuencia, la existencia de Dios nunca se podrá probar y nunca se podrá desacreditar. Su realidad siempre caerá en el terreno de la fe. O crees en Dios, o no crees en él. Así de sencillo.
Ahora bien, si no podemos probar la existencia (o inexistencia) de Dios, ¿vale la pena siquiera plantearse este interrogante? En mi opinión, la respuesta es afirmativa.
Puede que nunca podamos probar la existencia de Dios, pero si podemos descubrir y analizar indicios que sugieren su existencia.
«Indicios» no significa «evidencia contundente». Sin embargo, estos si pueden apoyar una teoría. En este caso, la hipótesis de la existencia de Dios.
Hoy, presentaré un par de indicios que apoyan la existencia de Dios. Cada quien podrá compartir mi opinión o mostrarse en desacuerdo.
Empecemos con un ejercicio mental:
Quiero que mires detenidamente una pantalla negra.
Esta pantalla representa el concepto de la «nada».
La ciencia asume que antes del Big Bang, y la formación del universo, no existía nada. Ni el tiempo, ni el espacio, ni la materia.
La pantalla negra representa entonces lo que existía antes del Big Bang. Es decir, absolutamente «nada».
Ahora bien, hagamos un razonamiento:
Si nada existía antes del Big Bang, ¿Cuál sería el curso lógico y natural de eventos? ¿Qué se podría esperar que ocurriera?
La respuesta: ¡Pues nada! ¡Absolutamente nada!
Si no hay materia, ni energía, ni átomos, ni partículas subatómicas, ni tiempo, ni espacio. ¿Por qué habría algo de aparecer repentina y espontáneamente?
Lo lógico es que, si no hay «nada», pues «nada» debe surgir de ahí.
Lo racional es que, de la «nada», no surja «nada». ¿Por qué habría «algo» surgir de la «nada»? ¡Es completamente absurdo!
Para entenderlo mejor:
Continúa viendo la pantalla negra.
Lo lógico es que la pantalla siga siendo negra y continúe estando vacía por toda la eternidad, sin que absolutamente nada surja de ella.
Ahora bien, imagina que súbitamente algo surge de ella. Digamos… ¡una mancha verde!
¡Una mancha verde y amorfa ha aparecido de la nada!
¿No pensarías que es extraño? ¿No considerarías que es bastante raro que esta mancha surgiera de la mismísima nada?
No sé qué piensen ustedes, pero yo sí lo haría. Para mí sería bastante inusual y extraño que algo así ocurriera.
Sin embargo,
¡La ciencia quiere hacernos creer que esto es exactamente lo que ha ocurrido!
De alguna manera extraña e inexplicable, «algo» surgió de la absoluta «nada».
Y no es que simplemente haya surgido una «mancha verde y amorfa», sino que, ni más ni menos, surgió un universo entero de increíble complejidad.
Es decir, pensemos…
Que «una mancha verde y amorfa» haya surgido de la mismísima nada, ya es, de por sí, un evento alucinante y extraño.
Pero que haya surgido todo un universo (con leyes físicas, materia, energía, tiempo, galaxias, estrellas, planetas, seres vivos y demás), ya es una ocurrencia más que alucinante.
Es un evento cuya probabilidad sólo podría catalogarse como: «el milagro más grande que jamás haya existido».
Aún así, los científicos ponen su fe en esta hipótesis: el universo surgió, milagrosamente, de la absoluta y mismísima «nada».
Creer en esta hipótesis demanda tanta fe, como creer en la existencia de Dios.
El punto que deseo enfatizar es el siguiente:
«Algo» no puede surgir de la «nada». De la «nada», «nada» puede surgir. En la «nada», sólo hay «nada».
«Algo» puede, y debe, surgir de «algo». Pero «algo» no puede surgir de «nada». ¡Es el absurdo más grande!
Podríamos preguntar, ¿Cómo surgió Dios entonces? ¿Acaso Dios no surgió de la «nada»? La respuesta es: no.
Dios no surgió porque Dios no fue creado. Dios es la única entidad eterna. ¡Nadie creó a Dios! ¡Dios siempre ha existido!
Aún más, Dios no es «nada». Dios es «algo». De haber surgido, tendría que haberlo hecho de sí mismo y, entonces, habría surgido de «algo», no de «nada».
Podríamos argumentar que la «nada» es, en sí misma, «algo». Lo cual presentaría una paradoja. No obstante, esta concepción es equivocada.
La «nada» no es «algo». Porque si lo fuera, entonces no sería «nada». Para que la «nada» haga honor a su definición, debe ser «nada».
La «nada» es el opuesto de «algo». Es su antónimo. Es su antítesis. Por lo tanto, la «nada» nunca podrá ser «algo».
Como máximo, la «nada» solamente podrá llegar a ser… «Nada».
Ahora bien,
El universo es «algo». Creo que en esto podemos estar de acuerdo.
Si el universo es «algo», entonces debió surgir de «algo».
A diferencia de Dios, el universo no es eterno.
Los científicos saben que el universo tuvo un inicio (y también tendrá un final). El cosmos tuvo su nacimiento en el Big Bang. La ciencia probó esto hace muchos años.
Si el universo tuvo un inicio…
¿Cuál fue el «algo» del que surgió?»
¿Podría ser este «algo» materia? ¿Podría ser energía? ¿Partículas subatómicas? No lo sabemos.
Sea lo que sea, este «algo» es a lo que nos referimos como «Dios».
Muchos científicos argumentan que, antes del Big Bang, existía «algo» desconocido que pudo dar origen al universo.
De ser esto cierto, los mismos científicos estarían probando la existencia de “recintos adicionales dentro de la casa”. “Recintos” como: la sala de estar, el estudio, la cocina, el garaje o el jardín.
Dios, fácilmente, podría existir en cualquiera de estos “recintos”. Planos de existencia en donde la ciencia no tiene acceso.
Aún más, Dios podría ser el conjunto de todos estos “recintos”. En este contexto, Dios no sería solamente un universo, sino un multiverso, probablemente infinito.
En resumidas cuentas, este es el primer gran indicio que valida la existencia de Dios:
«Algo» tiene que surgir de «algo». «Algo» no puede surgir de la «nada».
El segundo indicio tiene que ver con la naturaleza de este «algo».
¿Este «algo» tiene conciencia? ¿Está vivo o muerto? ¿Actúa con propósito? ¿Tiene planes? ¿Es inteligente?
En mi opinión personal, la respuesta a estos interrogantes es afirmativa.
Dios está vivo, tiene conciencia, es inteligente y actúa con propósito. Es decir, tiene planes y proyectos.
La evidencia más fuerte está alrededor nuestro.
Sólo hay que observar las precisas leyes de la física, las minuciosas condiciones para que la vida exista, la maravilla tecnológica del cuerpo humano, el fantástico mecanismo del ADN y el fascinante funcionamiento del cerebro humano.
El universo rebosa de inteligencia. Así que, este «algo», debe ser una «entidad inteligente».
No obstante, los científicos ejercen un acto de fe impresionante:
Creer que el cosmos siguió un proceso de evolución “natural”, sin una mano inteligente que lo haya guiado.
No sé qué piensen ustedes, pero en mi opinión:
Es más sensato y lógico atribuir el complejo funcionamiento del universo a una «mente inteligente», que pretender que todo se creó “simplemente por azar”. De manera ciega. A la “tonta y a la tolondra”.
Aquí lo tienen, mis emprendedores de la felicidad, dos indicios poderosos para corroborar la existencia de «Dios».
Como no quiero alargar más el artículo, lo dejaré en este punto.
Es evidente que este tema es demasiado complejo para analizarlo en un solo día. En artículos posteriores ahondaremos más sobre esta cuestión. Presentaré “pruebas” adicionales (o indicios) que avalen la existencia de Dios.
Por ahora, les invito a que reflexionen en los argumentos aquí presentados.
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Como siempre, les ha hablado su amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!