En el día de hoy analizaremos el extraño y fascinante fenómeno de las caras de Bélmez de la Moraleda, situado en la localidad de Jaén, España.
Mucho se ha hablado de lo que ocurrió aquel verano del 71. ¿Se trató de un fraude o fue una realidad?. Sea como fuere, lo cierto es que el hecho ha cautivado al público por más de 40 años.
Hoy les contaré esta fascinante historia para que sean ustedes quienes saquen sus propias conclusiones.
Antes de comenzar, no obstante, quiero aclarar que este relato es una mezcla entre datos y hechos reales, y mi propia licencia narrativa. Por lo que algunos detalles pueden no ser 100% exactos.
Habiendo dicho esto, y sin más preámbulos, comencemos:
Poco y nada se iba a imaginar la señora María Gómez Cámara que, aquel 23 de agosto de 1971, marcaría un antes y un después en su hasta ahora apacible vida.
Era un día como cualquier otro en la localidad de Bélmez de la Moraleda. El día estaba tranquilo y no había ninguna nube en el cielo que, de forma extraña, se encontraba más azul que de costumbre.
El calor se deslizaba por las montañas de la ladera y golpeaba con suavidad la fachada blanca de las casas de la pequeña población.
Como cualquier otro día normal, María Gómez se encontraba en la cocina de su casa preparando unos deliciosos pimientos al ajillo. Y mientras sus manos iban inquietas de aquí para allá, cortando, rebanando y sazonando, notó algo peculiar en el suelo.
Algo que le puso los pelos de punta y la piel de gallina y qué, al mismo tiempo, le hizo soltar un alarido desgarrador qué se debió escuchar desde allí hasta el lejano castillo de la colina.
En un principio Intentó pellizcarse para ver si estaba soñando. Pero, una vez más, y desgraciadamente para ella, esto no era ningún sueño. Aquello que estaba viendo allí, en el piso de su cocina, era tan real cómo siniestro.
«!Madre mía!», exclamó María asustada, al tiempo que soltaba la espátula con la que freía. «¿qué carajos es esto?.
Por un momento movió su cabeza de lado a lado, cómo intentando encontrar a alguien que estuviese allí con ella para atestiguar el insólito suceso. Pero no, no había nadie, excepto quizá su miedo, que cada vez se hacía más y más grande.
Sin poder aguantarlo más, salió corriendo hacia la calle gritando: «¡Vecinas, vecinas! ¡Vengan rápido! ¡Tienen que ver lo que apareció en mi casa!».
Como era apenas de esperar, y después de semejante conmoción, todos en el pueblo se encontraban aglutinados en el centro de la cocina de María Gómez.
Observando incrédulos aquella bizarra cosa que se había formado, aparentemente de la nada, en las lisas losas de aquel piso.
«¿Pero qué es eso?», exclamó una vecina aterrorizada. «¡Esto es una obra del diablo!», exclamó otra, con la misma angustia. «¡Eso parece una cara!», gritó una tercera.
Efectivamente, una cara era lo que se había formado en la losa de la cocina de María Gómez. Un rostro humano con facciones tan definidas que parecía haber sido esculpida por la mano de un pintor.
Con el paso de las semanas, la noticia del rostro humano en la cocina de María Gómez se había esparcido como la pólvora. A tal punto que todos en el pueblo entraban y salían para presenciar el insólito suceso.
«¡Anda, que esto ya no me lo aguanto», dijo con enfado Miguel Pereira Gómez, hijo de María. «¿Y es que acaso ahora nuestra casa es una atracción turística, que todo el mundo entra y sale cuando le viene en gana? No queda más remedio. Habrá que llamar a don Sebastián para que saque esta cosa de aquí».
Dicho y hecho, a la mañana siguiente, el albañil Sebastián fuentes León se encontraba en la cocina, mirando con curiosidad el rostro sobre la losa. «Oye Miguel, ¿Y dices que esto apareció aquí de la noche a la mañana?», Preguntó el maestro, con asombro.
«Así como lo oye maestro, pero lo importante no es cómo apareció, sino cómo va a desaparecer.
Y es por eso que está usted hoy aquí, para que me quite esa maldita cosa del piso de una vez y para siempre», exclamó Miguel, con determinación. «Dalo por hecho Miguelito, puedes irte tranquilo y dejar todo en mis manos», respondió el maestro.
Al cabo de unas horas ya no había rostro alguno sobre el piso de la cocina de María Gómez. Solo una placa de yeso, que el maestro había puesto, con gran pericia, en su lugar.
La alegría para Miguel, no obstante, desaparecería unos días después, cuando un nuevo rostro surgiría sobre la misma losa.
«¡Joder!», Exclamó Miguel, sin poder dar crédito a lo que veía, «¡Esto ya es obra del demonio!».
El nuevo rostro era el de un hombre con cara redonda y boca semi abierta. Cuyos bigotes se abrían hacia abajo, sobre la barbilla, formando una especie de triángulo.
Su cabello largo y liso se dividía por la mitad de la cabeza y caía en forma de cascada hacia los hombros.
Sus ojos parecían estar mirando a un costado, fijando su atención sobre quién sabe qué cosa. Este rostro, que muchos han asociado con el del señor Jesucristo, con el tiempo se conocería como «La pava». Y, al día de hoy, se encuentra empotrado sobre la pared de la casa y protegido por un cristal.
En los meses y años siguientes aparecerían nuevos rostros en diferentes lugares de la casa. Algunos de ellos, según los testigos, aparecían y desaparecían, para luego volver a aparecer en algún otro lugar del recinto.
El suceso llamó tanto la atención que se hizo eco a nivel nacional. La prensa llegó hasta allí para estudiar de primera mano el fenómeno. No obstante, como suele ocurrir en estos casos, cuando el ser humano se topa con lo desconocido, se forman dos bandos.
El de los «creyentes», quienes atribuyen el fenómeno a algún tipo de manifestación paranormal. Y el de los «escépticos», quiénes se la atribuyen a otro tipo de causas, más sensatas y realistas, según ellos, como la humedad, la pareidolia y el fraude.
En el primer grupo había personajes ilustres, como el famoso experto en parapsicología, Germán de Argumosa. O el psicólogo y médico alemán, Hans Bender. Hombres que no dudaron en catalogar el fenómeno de Bélmez como un gran misterio.
En el segundo grupo se encontraba, entre otros, el escritor Vasco Juanma Alonso, quién desde el comienzo fue un ácido crítico.
El diario «El pueblo» llevó a cabo un estudio, de dudosa validez, en el que pretendía demostrar que las caras de Bélmez se habían pintado con sales de plata. Lo mismo sostuvo el periódico «El Ideal», quien afirmaba que se habían pintado con nitrato y cloruro de plata.
Lo cierto es que estos estudios carecían de fundamentos científicos y fueron desmentidos por otros estudios posteriores, que probaron que los rostros no se habían pintado con las técnicas descritas por los susodichos diarios.
Estos estudios llegaron a la conclusión de que no se sabía a ciencia cierta cómo se habían generado las caras de Bélmez.
La guerra entre defensores y escépticos iba a perdurar por décadas, hasta el día de hoy. Y, la verdad sea dicha, quizás seguirá perdurando por muchas más.
Los señalamientos iban y venían, como aquel que acusaba a la familia Pereira Gómez de haber generado el fraude para lucrarse de manera indiscriminada con la inocencia e ingenuidad de la gente.
Si bien es cierto que la familia sacó algún tipo de provecho económico del suceso, cabe preguntar: ¿Y quién no lo haría si se le presentara la oportunidad?.
Haberse aprovechado económicamente del fenómeno no demerita su veracidad. Es importante remarcar que, en sus orígenes, esto no comenzó como un negocio, sino que la oportunidad de sacar tajada comercial se le presentó a la familia con el paso del tiempo. Y, valga decir, tampoco es que se hayan hecho ricos con esto.
Las caras de Bélmez varían en tamaño, forma y nitidez. Es cierto que algunas de ellas caen en el umbral borroso entre la realidad y la coincidencia.
Es decir, y dicho de manera más simple, podrían haberse creado de forma aleatoria para que luego la pareidolia nos haga creer que se trata de caras.
Por otro lado, es innegable que algunas de ellas están tan bien dibujadas, que confundirlas con un fenómeno de pareidolia es negar la evidencia y hacerse el tonto.
Ahora bien, ¿quieren saber una de las cosas más terroríficas de esta historia?, aquí les va:
La casa de la señora María Gómez fue construida sobre un antiguo cementerio medieval en el siglo XVIII.
Resulta que, algún día, y quizá por la sugerencia de otros investigadores, a los propietarios se les ocurrió realizar excavaciones a 3 m de profundidad. La sorpresa fue mayúscula cuándo encontraron restos humanos enterrados en el subsuelo de la cocina.
Es posible que, por algunas de esas bizarras circunstancias de la vida, alguien haya muerto en condiciones poco pacíficas. Haciendo que el espíritu de alguna desdichada alma vague incesantemente por la residencia, sin encontrar paz.
Quizá fue este espíritu quien plasmó su rostro en la losa de la cocina de la señora Gómez, a modo de manifestación y protesta. Quizá quería llamar la atención y darse a conocer, que el mundo supiera sobre las terroríficas circunstancias en las que falleció.
Trátese de realidad o fraude, es innegable que el fenómeno de las caras de Bélmez es, al mismo tiempo, tan fascinante como aterrador.
Un hecho insólito que comenzó con la aparición de un misterioso rostro en la cocina de una mujer y que fue creciendo, cuál bola de nieve, en una sucesión de caras. Pues no debemos olvidar que la cara original fue apenas la primera de muchas.
Si tienes la oportunidad de visitar el lugar, verás no solamente una, sino muchísimas caras en los pisos y paredes del recinto.
Rostros fantasmagóricos que han ido apareciendo con el paso de los años y que quieren recordarnos de un pasado oscuro que se encuentra empotrado, o quizá enterrado, en los emplazamientos de este enigmático lugar.
Las caras de Bélmez seguirán ahí para fascinarnos y para recordarnos que, en este mundo, ocurren cosas que nada tienen que envidiarle a las creaciones más salvajes de nuestra imaginación.
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, vamos a dejarlo hasta aquí.
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Como siempre, te ha hablado tu amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima.