¿Por qué es tan difícil comunicarnos? Aunque no lo parezca, comunicarse efectivamente es la cosa más difícil de lograr.
Siempre he escuchado cosas como: «el poder de la comunicación», o, «la buena comunicación es la base para la resolución de problemas», etc.
Aunque obviamente todo esto es cierto, es increíble lo malos que realmente somos para comunicarnos.
La pregunta es: ¿si la comunicación es tan importante, por qué somos tan mediocres para realizarla efectivamente?
Antes de contestar estos interrogantes, veamos primero las razones que hacen que la comunicación sea una herramienta tan efectiva para la resolución de problemas.
La razón más importante es apenas obvia:
«Siempre hay que conocer las dos caras de la moneda»
En toda confrontación siempre hay dos actores y dos intereses en conflicto. Siempre hay dos perspectivas y puntos de vista que chocan.
En efecto. Resulta, por ejemplo, que fulanito pelea con sultanita. Sin importar la verdadera razón de la pelea, la cuestión es que ambos tienen sus puntos de vista bien marcados.
Desde el punto de vista de fulanito, sultanita habrá hecho un montón de cosas malas. Y viceversa. Desde el punto de vista de sultanita, fulanito habrá hecho lo mismo.
El caso es que cada personaje ve las cosas desde su perspectiva y se aferra fuertemente a su posición.
Es fácil ver las cosas desde nuestro punto de vista. Pues, obviamente, nosotros tenemos pleno entendimiento de las cosas que nos fastidian y nos afectan.
El problema es que somos incapaces de ver las cosas que fastidian y afectan a la otra persona.
Ahora bien, como ya dijimos, cada moneda tiene dos caras. Cada historia tiene dos versiones. Cada actor tiene su propia narrativa que contar.
Esto debería hacer completamente obvia la importancia de la comunicación:
«La comunicación es la herramienta que nos permite entender el punto de vista de la otra persona. Es la ventana hacia la otra cara de la moneda. Es el instrumento que nos permite comprender el otro lado de la historia»
Entre más efectiva sea la comunicación, más fácil será comprender el punto de vista de la persona con la que estamos enfrentados.
Debemos entender lo siguiente: nadie es adivino y nadie tiene poderes de telepatía (por lo menos, no todavía).
Entonces, ¿qué pasa? Pues que, si la otra persona es incapaz de comunicarnos efectivamente sus necesidades, entonces jamás llegaremos a entender sus modos de actuar y pensar. Nunca podremos comprender su punto de vista.
Entre más efectiva sea la comunicación, más claro nos resultará ver las cosas desde la perspectiva del otro. Es decir, entender su historia.
Aquí aplica el famoso dicho: «hay que ponerse en los zapatos de la otra persona».
Solamente poniéndonos en la “piel” del otro, podremos realmente llegar a entender las razones y los motivos del accionar de nuestros semejantes.
Ésta es la verdadera importancia de la comunicación.
Muchas personas se quedan calladas cuando algo les molesta. Esto me parece una verdadera tontería. Pues, el silencio es la peor herramienta de comunicación.
He conocido muchas personas que, cuando algo les molesta, se quedan completamente calladas. Tal vez piensan que la otra persona entenderá su silencio y sabrá exactamente qué es lo que les está incomodando.
Mi abuelo solía decir: «interprete mi silencio».
El problema con el silencio es el siguiente: ¡puede significar cualquier cosa! ¡Puede ir en cualquier dirección!
El silencio lo único que dice es que algo está mal. Pero, no dice exactamente qué es lo que está mal.
Uno no puede pretender que la otra persona tenga poderes de adivinación mental. ¡Por supuesto que no! Uno tiene que comunicar lo que le molesta.
Y la mejor manera para comunicar es la palabra. No el silencio. No una actitud despectiva e indiferente.
Para eso creamos el lenguaje: para comunicar. El poder de la palabra es inconmensurable. La palabra, bien utilizada, es el mejor método para la resolución de problemas.
Obviamente, la palabra tiene que ser utilizada con respeto. Pues, de lo contrario, también puede ofender. Así que es un arma de doble filo. Debe ser utilizada con cuidado. Con sutileza y respeto.
Cuando uno se ha puesto en los zapatos de la otra persona, es mucho más fácil entender sus razones. La comunicación es el trampolín para comprender sus motivos. Para ver su lado de la historia, su cara de la moneda.
En la medida en la que comunicamos efectivamente nuestras necesidades, deseos, motivos y razones; la otra persona puede decirse a sí misma: «pues viéndolo de este modo, creo que puede entender la reacción de fulanito».
De eso se trata la comunicación. De generar empatía. De entender a los demás. De comprender los modos de acción y pensamiento de nuestros semejantes.
Es evidente que la resolución de problemas conlleva un poco más que una efectiva comunicación. También se necesita dejar de lado el egoísmo y hacer concesiones.
Para este efecto, es necesario tener una mente racional y lógica. Por más que haya buena comunicación, es muy difícil resolver problemas si las personas se dejan llevar por sentimientos egoístas e irracionales.
La resolución de problemas es un compromiso. Un punto intermedio y equilibrado de concesiones. Es un «tira y afloje». Una negociación.
Uno no puede pretender salirse siempre con la suya. Desafortunadamente, nuestro egoísmo hace que queramos todo para nosotros y nada para los demás. No hace falta decir que esta actitud no nos conducirá a ningún destino positivo.
Hay que realizar concesiones. Para resolver los conflictos, hay que decir: «bueno, yo sacrifico esto si tú te comprometes a sacrificar aquello». Es una simple negociación de necesidades.
La idea es que todas las partes involucradas salgan ganando. La solución debe ser un «ganar-ganar». Si uno quiere que la otra persona gane, uno debe estar dispuesto a sacrificar algo. Y viceversa. La otra persona también debe sacrificar algo para que uno pueda ganar.
Habiendo esclarecido entonces la importancia de la comunicación. Volvamos entonces a nuestro interrogante inicial: ¿por qué es tan difícil comunicarse?
La respuesta tiene varios matices. Existe más de una causa. Aquí analizaremos dos: el egoísmo y el orgullo.
En efecto, ya mencionamos el problema del egoísmo. Si uno no está dispuesto a realizar sacrificios, nunca resolverá ningún tipo de conflicto.
Desafortunadamente, el ser humano es demasiado egoísta. Todo es: «primero yo, segundo yo y tercero yo».
Si pretendes salirte siempre con la tuya y no te importan las necesidades de los demás. ¡Estás jodido!
Hay gente que se enfoca tanto en sus propias necesidades y deseos, que simplemente no puede tener un poco de altruismo por las de los demás.
Ciertamente, éste es uno de los problemas más grandes de la humanidad.
Para resolver problemas hay que dejar el egoísmo de lado. Tristemente, mucha gente no está dispuesta a esto. Y, por lo tanto, la comunicación nunca toma lugar (o nunca es tan efectiva como debería).
Es más fácil quedarse callado y encerrarse en nuestra propia actitud egoísta, que tener que hablar y realizar sacrificios a favor del otro.
El segundo problema es el orgullo. Desafortunadamente, cuando un conflicto se presenta entre dos personas, no hay comunicación por problemas de simple orgullo.
Ambas personas se quedan calladas y no dicen nada. Ambas personas saben que algo pasa, pero no saben exactamente de qué se trata.
Por consiguiente, ambas personas piensan así: «si fulanito no me habla, entonces ¿por qué habría yo de hablarle?», «Si sultanita está enojada conmigo y no quiere comunicarse, ¿por qué carajos debo yo ser el que se comunique?».
Muchas relaciones se estropean porque algo sucede, ambos saben que algo ha sucedido, pero nadie dice nada. Entonces, ¿quién debe tomar el primer paso?
Si uno siente que a la otra persona no le importa, entonces, por una simple cuestión de orgullo, uno también toma la misma actitud. Es decir, si a la otra persona no le importa, pues a mí tampoco.
Y si a esto le sumamos el riesgo de hacer el ridículo, pues peor aún.
¿Por qué el miedo de hacer el ridículo? Pues porque como no sabemos lo que le sucede a la otra persona, corremos el riesgo de decir algo que es totalmente falso e impreciso.
Y para colmo de males, muchas veces las personas niegan que algo está mal. Al confrontarlos, simplemente se limitan a decir: ¡no sé de qué me hablas! ¡Todo está perfectamente bien! (Cuando, obviamente, no es así).
¡Esto es el orgullo en su más pura esencia!
Pues muy bien,
Ya tenemos respuesta a la pregunta inicial: ¿por qué es tan difícil comunicarse?
Muy simple: porque el ser humano es egoísta y orgulloso. No está dispuesto a realizar sacrificios a favor de la otra persona. Y tampoco está dispuesto a tragarse su orgullo y tomar la iniciativa en el proceso de comunicación.
Cuando se presentan conflictos con una persona, uno debe tomar una decisión crítica:
¿Es esta persona lo bastante importante como para intentar resolver el problema? ¿Amo a esta persona lo suficiente como para tragarme mi egoísmo y mi orgullo? ¿Vale la pena luchar por esta relación? ¿Vale la pena intentar resolver el conflicto?
La respuesta a estos interrogantes es la que decidirá si un conflicto se intenta resolver o no. Si una relación se conservará y florecerá. O, por el contrario, terminará muriendo y desvaneciéndose.
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, vamos a dejarlo hasta aquí.
Espero que el relato de hoy les haya servido para entender la importancia de la comunicación, como la mejor herramienta para la resolución de problemas.
También espero que, si una persona es lo suficientemente valiosa para ustedes, puedan dejar de lado su egoísmo y su orgullo, y hacer todo lo posible para salvar la relación.
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Como siempre, les ha hablado su amigo y servidor Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!