En una agradable mañana de primavera, un monje Shaolin se encontraba reflexivo mientras barría las hojas en el jardín del templo.
El maestro, al mismo tiempo, lo observaba desde la parte superior de las escaleras.
Con la paciencia que caracteriza a los maestros budistas, el anciano bajó lentamente las escaleras y se dirigió a su discípulo.
“Dime Xin, ¿qué es lo que te tiene tan inquieto?” A lo que el discípulo contesto, “maestro, he estado pensando toda la mañana, ¿qué tiene que hacer el hombre para obtener lo que desea en la vida?”
El maestro, infundido en la sabiduría que proporcionan los años, se quedó mirando fijamente a su discípulo y exclamó “dime Xin, ¿qué pasaría si un día salieras a barrer y no encontrarás las hojas en el jardín?”.
“Pero maestro”, dijo sorprendido Xin, “eso es imposible. Todos los años la primavera y el otoño llegan, trayendo consigo las hojas”.
“Bueno”, dijo el maestro, “así como pasa con las hojas del jardín, así mismo tiene que hacer el hombre para obtener todo lo que desea en la vida”.
“¿Cómo pasa con las hojas del jardín?”, se quedó pensativo el joven, “me temo que no entiendo muy bien, maestro”.
El anciano entonces replicó, “acompáñame a dar un paseo por el bosque y te lo explicaré”.
Ambos hombres empezaron a caminar hacia el oeste, por un pequeño sendero que se situaba entre la estatua de los leones y la fuente de piedra.
“Mira Xin”, continuó hablando el maestro, “la fuente universal, aquella que creó el universo, hace que la primavera y el otoño regresen, una y otra vez, gracias a las leyes que gobiernan el cosmos, ¿estás de acuerdo conmigo?”.
“Si maestro”, contestó Xin.
“Bueno”, prosiguió el maestro, “ahora déjame preguntarte, ¿cómo crees que la fuente universal creó el universo, la tierra, las estaciones, y las hojas que barres en el jardín?” Pensativo, el discípulo contesto, “Dios, con su infinito poder, creo todo lo que vemos a nuestro alrededor”.
“Si”, dijo el maestro, “pero, más allá de ese infinito poder, ¿en dónde crees que comenzó todo?”.
“No lo sé”, replicó Xin, algo apenado por no saber la respuesta.
“Te lo voy a decir”, exclamó el maestro, poniendo suavemente su mano sobre la espalda de su discípulo. “Todas las cosas que existen primero tuvieron que existir en la mente de aquel que las creo”.
“Nuestro templo”, dijo el maestro volviendo sobre su espalda y abriendo los brazos, “comenzó en la mente de nuestros antecesores, quienes fueron las personas que lo construyeron”.
“La túnica que vestimos también comenzó en la mente de una costurera, así como la espada comenzó en la mente del herrero, y el pan comenzó en la mente del panadero ¿Entiendes lo que digo? Todas las creaciones humanas comenzaron en la mente de algún hombre o mujer.
Igual que todas las creaciones de Dios empezaron en su mente. Y ahí, discípulo mío, se encuentra la clave de todo. Ahí está la respuesta a tu pregunta”.
“¿Quieres decir, maestro Pao, que el hombre obtiene todo lo que desea con su mente?”.
Complacido, el maestro sonrío sutilmente, y mirando a su discípulo, exclamó “creo que lo has entendido”.
Los hombres continuaron caminando a la par de un riachuelo, cuyas aguas cristalinas chocaban deliciosamente contra las rocas de la ladera.
Xin, con sus ojos clavados en el pastizal, le preguntó al maestro, “pero, todavía hay algo que no entiendo, ¿cómo puede el hombre obtener todo lo que desea con su mente?”.
“Ahhh”, levantó la voz el maestro, “veo que has llegado al siguiente punto, el problema de cómo el hombre obtiene con su mente todo lo que desea”.
“Sentémonos un rato en este lugar”, insinuó el maestro con signos de cansancio y apuntando con su dedo a una bella y reluciente roca, cuya superficie era más plana que una llanura.
El discípulo asintió y los dos hombres se sentaron a contemplar el hermoso paisaje.
“Xin, quiero que observes con atención el agua de este riachuelo, porque contiene la clave de tu pregunta. Quiero que observes con cuidado el movimiento de las olas y la fuerza con la que el agua se agita por el río ¿Puedes verlo?”.
“Si maestro, si puedo” exclamó Xin con gran curiosidad.
“Bien, el agua es energía. Y la energía, como ves, es vibrante. Se agita y se estremece de manera alegre y furiosa. Sube y baja. Se mueve a la derecha y a la izquierda. Te digo esto para que entiendas que la energía es vibración. La realidad toma su forma en la manera en la que se vibra”.
“Entonces”, dijo emocionado un iluminado Xin, casi como si hubiera sido besado y arrollado por la epifanía más grande, “¡hay que vibrar en la manera correcta para que la realidad tome la forma que uno quiere!”.
Con la satisfacción del deber cumplido, el orgulloso maestro exclamó, “así es, mi querido Xin, cada vez te acercas más a la verdad”.
“Quiero saber más, maestro”, exclamó exaltado Xin, casi como si lo estuviera demandando.
“Creo que estás listo para saber más”, dijo el maestro con convicción, “la energía es vibración. Y la vibración es energía. Dependiendo de cómo vibres, así será tu realidad”.
El maestro hizo una pausa larga para luego recostarse sobre la tibia roca calentada por el sol, y prosiguió, “si vibras de manera positiva, tu realidad será positiva.
Si vibras de manera negativa, tu realidad será negativa. Tu realidad depende de tu vibración. Depende de la frecuencia en la que vibres”.
Xin se recostó sobre la cálida roca, puso su mirada fija en el cielo, y respiro con la tranquilidad de quien lo ha entendido.
Mientras tanto, el maestro prosiguió con su discurso, “la mente es vibración, pero no solo la mente, sino las creencias y los sentimientos también. Cuando crees algo, es porque lo piensas de manera constante. Cuando sientes algo, es porque lo piensas de manera continua.
Si piensas que te vas a enfermar, te enfermarás. Si sientes que te vas a enfermar, te enfermarás. ¿Entiendes cómo funcionan las cosas Xin?
A lo que el discípulo contesto, “ahora lo entiendo maestro. La manera cómo piense, creará mi realidad. La manera cómo crea, creará mi realidad. La manera cómo sienta, creará mi realidad.
Para que el hombre pueda obtener todo lo que desea en la vida, deberá primero pensar, creer, y sentir que puede obtenerlo. ¿Estoy en lo correcto, maestro?”.
“Estás en lo correcto, Xin”, afirmó el maestro con un hálito de regocijo, “la mente es energía. Energía vibracional. La frecuencia de vibración de nuestra mente crea la realidad. Una frecuencia vibracional positiva, creará una realidad positiva.
Una frecuencia vibracional negativa, creará una realidad negativa. Los pensamientos son energía y, por lo tanto, vibran de una manera específica. Cuando tus pensamientos, tus creencias, y tus sentimientos vibran de manera negativa, la realidad que experimentarás será negativa.
Y viceversa, cuando tus pensamientos, tus creencias, y tus sentimientos son positivos, la realidad que experimentarás será positiva”.
Por un momento, los dos hombres se quedaron en silencio, contemplando pacíficamente la inmensidad del firmamento.
La armonía parecía extenderse de manera infinita. No obstante, en medio del susurro suave del viento, el maestro Pao añadió, “Xin, quiero que mires con atención las nubes del cielo. Imagina que esas nubes representan aquello que los hombres anhelan en su vida.
La mayoría de las personas alzan sus manos hacia el cielo, pensando que pueden agarrar las nubes. Pero no pueden, porque las nubes están en lo alto de la atmósfera, lejos del alcance de las manos del hombre común”.
“No obstante”, prosiguió el maestro, “si el hombre volara por el cielo, podría meterse en medio de ellas y agarrarlas, aunque sea de manera figurativa. El problema es que el hombre común no vuela. Pero si pudiera hacerlo, lo conseguiría”.
Intuyendo la dirección hacia donde se dirigía su maestro, Xin añadió, “creo que lo comprendo maestro.
Volar es una analogía para vibrar en la frecuencia correcta. Si el hombre vibrara en la frecuencia correcta, podría “volar”, figurativamente.
Es decir, podría alcanzar todo lo que desea porque estaría en el lugar en el que se encuentran sus anhelos. En este caso, las nubes en el cielo. Las cuales representan sus sueños. ¿Es así maestro?”.
“Por algo eres uno de mis discípulos más brillantes, Xin”. Exclamó con orgullo el maestro, “si los hombres vibrarán en la frecuencia correcta, podrían volar. Volar hasta donde se encuentra sus sueños más profundos. Volar hasta alcanzar todo lo que desean en la vida.
El problema es que la mayoría de los hombres no vibran para volar, vibran para permanecer en el suelo, lejos de las nubes que envuelven sus sueños.
Mientras el hombre no vibre en la frecuencia correcta, sus sueños serán como esas nubes, inalcanzables en el cielo.
La mala vibración de las personas las mantiene en la tierra, lejos de las nubes donde sus sueños descansan”
Irguiéndose, el maestro le tendió la mano a su discípulo, “ven, es hora de regresar al templo”.
En el camino de regreso, el maestro continuó con su discurso, “recuerda que todo empieza por la mente, Xin. Tus pensamientos determinarán tu frecuencia vibracional. Y ésta, a su vez, te pondrá en un plano dimensional en donde podrás, o no, alcanzar tus sueños.
Ten presente que los anhelos de los hombres suelen ser sublimes. Pero lo sublime se encuentra en el cielo, no en la tierra.
La mente del hombre común es tan débil, tan negativa, que la frecuencia a la que vibra le impide volar. Lo mantiene firmemente atado a la tierra. Y, en algunas ocasiones, hasta lo sepulta bajo tierra”.
“Finalmente lo empiezo a comprender, maestro” dijo un nuevo y envigorizado Xin, “de ahora en adelante, mantendré siempre una mente positiva. Procuraré que mis pensamientos, mis creencias, y mis sentimientos sean positivos. Para que así pueda vibrar en la frecuencia correcta. Una que me permita obtener todo lo que deseo en la vida”.
“Creo que es una idea excelente, mi querido discípulo”, exclamó el maestro con profunda alegría, ocultando una voz que decía, “y si tan sólo las cosas fueran así de fáciles…”.
Pero eso no importaba en el momento. Lo que importaba era que la semilla estaba plantada y sembrada en la mente de Xin. Ahora estaba un paso más cerca de alcanzar sus sueños, sea estos cuales fueren.
El camino hacia nuestras metas es largo y retrechero, pensó el maestro. La mente creadora del universo así lo quiso. Quizá esta sea la mala noticia.
La buena noticia, no obstante, es que somos parte de esa mente creadora. Un pedacito pequeño, pero conectado a ella. Y, por lo tanto, compartimos el poder infinito para lograr aquello que imaginemos y soñemos…
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, espero que les haya gustado la historia.
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Te ha hablado tu amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Te deseo un maravilloso día y hasta la próxima!