Quiero contarles mi historia:
Nací en el seno de una familia y un país católico. Y, por si esto fuera poco, estudié en un colegio perteneciente a esta religión.
Por lo tanto, las ideas que tenía sobre Dios provenían del cristianismo. Me enseñaron que las personas buenas iban al cielo, y las malas al infierno.
En la ingenuidad de mi niñez siempre me consideré bueno, por lo que mi lugar en el cielo estaba más que asegurado.
Me imaginaba que crecería, iría a la universidad, me casaría, envejecería y, finalmente, moriría. Después, no tendría que preocuparme por nada, pues iría al cielo por toda la eternidad.
Solía pensar que el infierno estaba reservado para aquellas personas verdaderamente malas. Y, Como yo no caía en esa categoría, pues no tenía nada de qué preocuparme. Esto lo daba por sentado.
No obstante, en la medida en la que fui creciendo, empecé a pensar con mayor profundidad en estas cuestiones.
Entre más pensaba, había algo que no me cuadraba del todo. Algo que no terminaba de convencerme.
Entre las muchas cuestiones que me planteaba, surgían preguntas tales como:
Si una persona muere siendo niño, ¿A dónde va? ¿Al cielo o al infierno? Ciertamente, no habrá suficiente tiempo para juzgarla.
Por otro lado, y en mi caso, era irrespetuoso con mis padres, grosero con mis semejantes, y no ayudaba mucho al prójimo. Pero, al mismo tiempo, tampoco era Hitler o Charles Manson.
Entonces, la pregunta era: ¿Y yo? ¿A dónde merezco ir? ¿Al cielo o al infierno? Manifestaba con frecuencia que sería muy difícil para Dios determinar a dónde enviarme.
Las cosas se ponían aún más complicadas cuando pensaba en lo siguiente:
Si dos personas nacen en condiciones diametralmente opuestas, ¿Cómo se decide si deben ir al cielo o al infierno? Es decir, no podemos ignorar que sus condiciones determinarán sus acciones futuras. Y, por lo tanto, cualquier juicio que se haga no será justo.
Lo entenderemos mejor con un ejemplo:
Una persona nace en un país desarrollado, en el seno de una familia adinerada y con padres amorosos, de aquellos que proporcionan los recursos que cualquier niño necesita. Mientras tanto, otra persona nace en un país pobre, en una familia disfuncional y con padres alcohólicos, de aquellos que golpean y abusan de sus hijos.
Es apenas lógico que, la persona que nació en la familia amorosa, tenga más posibilidades de ser honesta. Por su parte, el hijo de padres alcohólicos, que recibió golpizas y abusos, tiene mayores probabilidades de convertirse en un delincuente.
Ahora, es cierto que existen casos en donde ocurre lo opuesto. Es decir, que personas que nacen ricas, terminen llevando vidas trágicas. Y que personas que nacen pobres, terminen llevando vidas felices y prósperas.
Por lo general, no obstante, las personas que nacen en condiciones favorables tienen más probabilidades de ser miembros honestos de la sociedad.
Los psicólogos saben que el entorno es crítico para el desarrollo futuro de un individuo. Las condiciones socioeconómicas, políticas y familiares, moldearán y darán forma a la persona.
Volviendo al ejemplo, la pregunta es: ¿es justo que una persona vaya al infierno y la otra al cielo? ¿No sería injusto juzgarlas en condiciones tan desiguales? ¡Sin lugar a dudas!
Pensémoslo: si Dios es justo, deberíamos nacer en las mismas condiciones. De esta manera, al final de nuestras vidas, podríamos ser juzgados de manera equitativa.
Sin embargo, no todos nacemos en las mismas condiciones. Unos tienen mejor suerte que otros. Muchos ya llevan las de perder desde el comienzo.
Por consiguiente, la idea del cielo y el infierno, tal cual la pregona el cristianismo, no es lógica ni justa.
Esta confusión me llevó por caminos extraños. Hasta llegué a pensar que los ateos tenían razón: somos un accidente cósmico que vive una sola vez. Y al morir, desaparecemos para siempre.
Dentro de este contexto, algunas almas, simplemente, tuvieron más suerte que otras.
El punto es: ¿Realmente vivimos una vez y luego desaparecemos para siempre? ¿Existe el cielo y el infierno? Y, de ser así, ¿Cómo hace Dios para decidir la suerte de cada alma?
En el artículo de hoy analizaremos estas complicadas cuestiones. Pongan atención y les daré mi punto de vista…
Antes de empezar, no obstante, quiero recalcar la importancia de este tema.
Mucha gente piensa que estas cosas no son importantes. Simplemente se dicen: ¿Qué importa si existe el cielo o el infierno? ¿O si vivimos una sola vez y luego desaparecemos del mapa?
Aunque respeto la opinión de cada quien, pienso que estas cuestiones son importantes. Sobre todo, si tomamos en cuenta el tema de mi canal: La constante y eterna búsqueda de la felicidad.
No creo que se pueda encontrar la felicidad sin entender cómo funcionan estos asuntos, tan esenciales para nuestro futuro y nuestra vida.
Habiendo hecho esta aclaración, ahora si empecemos:
Me tomó muchos años para, finalmente, entender cómo cuadraban las piezas en el rompecabezas.
No es que actualmente posea todas las respuestas ¡Ni de cerca! Pero ya comprendo mejor cómo encaja todo.
La respuesta la vine a encontrar en la teoría de la reencarnación.
Es curioso porque, la idea de la reencarnación es tan antigua como la misma Biblia, tal vez mucho más antigua. El concepto ha estado ahí por miles de años. Y es una realidad para billones de personas. Es una de las ideas esenciales de las religiones de oriente: el budismo, el hinduismo, el taoísmo, etc.
Lo que pasa es que, por haber nacido en un país predominantemente cristiano, nunca le puse atención a estas filosofías. A uno le venden la idea de que el cristianismo es la única religión verdadera.
Esto es tan falso como billete de 13 dólares. No hay tal cosa como religión verdadera. Todas son verdaderas. Y todas son falsas también. Porque todas tienen vacíos e inconsistencias en sus credos.
El punto es que la teoría de la reencarnación soluciona las inconsistencias que mencioné.
¿Por qué razón? Por lo siguiente:
La teoría de la reencarnación establece que somos seres eternos, que se encuentran en un ciclo constante de vida y muerte. Es decir, los individuos nacen, viven, y mueren muchas veces.
En cada encarnación, venimos con diferentes propósitos, debemos aprender distintas lecciones y tenemos que pagar karmas únicos.
La reencarnación tiene sentido para explicar las grandes diferencias en las que nacen y viven las personas.
Ahora bien, se puede caer en el error de creer que, si se nace en cuna de oro, es porque se fue bueno en una vida pasada. Y si se nace en cuna de paja, es porque se fue malo ¡No hay nada más falaz que esto!
OJO: la diferencia no es en dónde y cómo nacen las personas, sino cómo viven.
Las personas que nacen ricas, no necesariamente fueron mejores que aquellas que nacen pobres. Las condiciones de nuestro nacimiento dependen de las lecciones que debamos aprender, los karmas que debamos pagar y las misiones que necesitemos llevar a cabo.
Muchas personas nacen pobres, pero tienen vidas muy exitosas. Y, viceversa, muchas personas nacen ricas, pero tienen vidas terriblemente escabrosas.
Si deseas determinar si una persona fue buena o mala en vidas pasadas, no mires su nacimiento, mira su vida. Éste es el verdadero indicador.
La reencarnación le otorga sentido a la siguiente cuestión:
La mayoría de personas no son tan buenas, como para merecer ir a un cielo. Ni tan malas, como para merecer ir a un infierno.
Es cierto que hay gente que, definitivamente, merece ir a un infierno. Pero, por lo general, la mayoría de personas están en un punto intermedio: Ni tan buenas, ni tan malas.
En el cristianismo sólo existen dos opciones, bastante extremistas: o se va al cielo, o al infierno. Punto final.
El problema es que estas alternativas son demasiado radicales. Pues, o se obtiene lo mejor de lo mejor. O bien, se obtiene lo peor de lo peor, el castigo más horrible posible.
En contraste, la reencarnación establece puntos intermedios. En ella, las personas simplemente obtienen lo que merecen. Cosechan lo que sembraron.
Proporcionaré unos ejemplos para entenderlo mejor:
Una persona fue mal esposo, o mala esposa. Digamos que fue bastante infiel. Hirió los sentimientos de su pareja a cambio de placer y aventura.
Según la teoría de la reencarnación, es apenas lógico que esta persona tenga que pagar estos karmas en su próxima vida.
Probablemente, ahora le toque a ella ser víctima constante de infidelidades. Esto es retribución cósmica.
Es algo que el individuo tiene que vivir, para aprender. Si no lo vive, jamás asimilará la lección. Si no lo experimenta, nunca tendrá las herramientas para seguir evolucionando.
Al final, todo el meollo se trata de evolución espiritual. Todas las almas estamos en una escuela cósmica: experimentando, aprendiendo y creciendo.
La idea es llegar al cielo. Esa es la meta final. Pero, el paraíso es un punto de llegada, no de partida. Allí solamente llegan las almas más desarrolladas y evolucionadas.
Igualmente, el infierno es el otro extremo. Allí se encuentran las almas más despiadadas, depravadas y malvadas. Los espíritus menos evolucionados.
No obstante, la mayoría de almas nos encontramos en puntos intermedios. Obviamente, algunas están más avanzadas en este viaje cósmico.
Si lo comparamos con un colegio, podríamos decir que: algunas están en kínder, otras en primaria, otras en secundaria, otras en universidad, otras están haciendo maestrías, y otras están haciendo posgrados.
Ahora bien,
Formulo la siguiente pregunta: ¿Qué es más sensato? ¿Creer que las almas viven sólo una vez y de ahí salen directo al paraíso o al infierno? O, ¿creer que las almas viven muchas veces y, dependiendo de sus obras, van paulatinamente ascendiendo hacia el paraíso o descendiendo hacia el infierno?
No sé qué piensen ustedes; pero, para mí, es más sensata y lógica la teoría de la reencarnación. Es menos extrema, más justa.
Dios nos ha creado para aprender y experimentar. Quiere que todos lleguemos a la perfección, que evolucionemos hasta llegar al anhelado paraíso, al mítico cielo.
Este camino es largo y tortuoso, pero depende de nosotros. En nuestras manos está el poder de ir perfeccionándonos. O bien, de perdernos e ir cada vez de mal en peor.
No creas que, después de esta vida, irás al cielo de manera permanente. Y, de la misma manera, tampoco creas que irás al infierno para estar allá toda la eternidad.
Lo más probable es que reencarnes y, en tu próxima vida, sigas aprendiendo. Sigas con tu proceso de perfeccionamiento espiritual. Sigas evolucionando hacia el esplendor y la excelencia.
La perfección no se logra de la noche a la mañana. Es un trabajo arduo que toma muchas vidas en lograr.
Si eres capaz de entender esto, estarás en una posición más favorable de aquellos que no lo entienden.
Comprenderás que, en esta vida, tienes misiones específicas que cumplir, lecciones concretas que aprender, y karmas definidos que pagar.
La reencarnación nos brinda la oportunidad de ir creciendo lentamente, de ir evolucionando poco a poco. Nos da la oportunidad de aprender aquello que debemos aprender. Y también, nos permite pagar esas deudas que hemos adquirido en existencias pasadas.
La moraleja final es la siguiente:
No hay que asustarse por ir a un infierno (a menos que se haya sido exageradamente malo). Tampoco hay que relajarse y creer que, después de esta vida, iremos al cielo para quedarnos.
¡No! ¡No! ¡No!… entiende que estás en una escuela cósmica. Entiende que, poco a poco, debes ir perfeccionándote como persona. Debes ir aprendiendo más y más.
Lo importante es que te preguntes: ¿Para qué he venido? ¿Cuáles son las lecciones que debo aprender? ¿Cuáles son los karmas que debo pagar?
Hay algo que debes realizar en esta vida. Y solamente tú, mi querido amigo, o amiga, puedes determinar de qué se trata.
Si entiendes las cosas que debes aprender y los propósitos que debes cumplir, estarás en una mejor posición para vivir más plenamente. Para realizarte como persona.
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, vamos a dejarlo hasta aquí. Con el tiempo iremos analizando esta temática con mayor profundidad.
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Como siempre, les ha hablado su amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!