Con frecuencia me pregunto si la reencarnación existe.
De niño, y por haber nacido en una familia católica, no creía en esta teoría.
Creía que el ser humano solo vivía una vez y después, dependiendo de sus obras, se iba al cielo o al infierno.
De adulto está idea me convencía cada vez menos.
Es decir, ¿Cómo se puede juzgar de manera justa a las personas si nacen en condiciones tan dispares?
¿Cómo juzgar al ladrón que, motivado por el hambre, roba una hogaza de pan para sobrevivir?
Posiblemente, ese ladrón no robaría si hubiera nacido en la cuna de una familia pudiente.
Y aquel que nació en una familia pudiente, ¿acaso no robaría si su supervivencia dependiera de ello?
Las circunstancias forjan a la persona.
¿Cómo juzgar con justicia a un individuo que nace en una familia disfuncional, con padres drogadictos y en las condiciones más deplorables posibles?
¿Cómo juzgar con justicia al delincuente que nunca tuvo acceso a una educación y que las oportunidades siempre le fueron negadas?
La lógica dictaría lo siguiente:
Si se desea establecer un juicio justo e imparcial, todas las personas deberían nacer en las mismas condiciones.
Solamente así tendría sentido emitir juicios.
No obstante, hay algo que es claro:
Las personas no nacen en las mismas circunstancias.
Algunos nacen en condiciones muy favorables y otros en condiciones muy desfavorables.
Pensemos, por ejemplo, en dos genios del fútbol: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo.
Dos individuos famosos, millonarios y exitosos.
Dos individuos que nacieron con un talento increíble, superior al 99% de mortales.
Por otro lado, pensemos en los mendigos que hurgan entre la basura y viven debajo de un puente.
¿Cómo juzgar imparcialmente a estas personas?
¿A dónde enviar a Messi y a Ronaldo al final de sus vidas? ¿Al infierno o al paraíso?
¿A dónde enviar a los mendigos?
Aún si los enviamos a todos al cielo, podríamos preguntar:
¿Acaso es justa la vida espantosa que tuvieron que experimentar los mendigos, en comparación a la vida de lujos que tuvieron Messi y Ronaldo?
Esto pone de manifiesto el gran problema con la teoría cristiana de una sola vida, un solo juicio, y el posterior viaje a un infierno o paraíso.
Evidentemente, los ateos no tienen que lidiar con este tipo de dilemas.
Para ellos, solo se vive una vez y después se desaparece del mapa para siempre.
La vida de las personas es una simple cuestión de suerte.
Con tan poco tiempo a disposición, quizá lo mejor sea vivir al máximo los pocos años de vida que nos quedan.
Ahora bien,
Existe una tercera alternativa: la reencarnación.
En mi opinión, la reencarnación proporciona la mejor explicación para la disyuntiva de la existencia.
No obstante, debo confesar que hay cosas que no me cuadran del todo con el tema.
Al final hablaré de ellas.
Empecemos hablando de las cosas positivas.
Para empezar, la reencarnación explica las diferencias en la vida de las personas.
Dependiendo de las cosas que un alma necesite aprender, así serán sus condiciones de vida.
Dependiendo de los karmas que necesite pagar, así será su destino.
Esto podría explicar por qué a Messi le tocó ser Messi, y por qué a un mendigo le tocó ser un mendigo.
Ojo, aquí hay que hacer una advertencia:
Esto no quiere decir que el individuo que nace en familia de millonarios es mejor persona que el individuo que nace en familia pobre.
Vuelvo y repito, todo depende de las lecciones que el alma tenga que aprender.
Siempre digo:
Antes que mirar el nacimiento de un individuo, hay que mirar su vida.
Este es el verdadero termómetro de la evolución de un alma.
En efecto, hay quienes nacen en cunas humildes, pero tienen vidas exitosas y felices.
En contraste, otros nacen en cunas de oro, pero llevan existencias tormentosas.
¿Cuántos millonarios no han tenido vidas de perdición?
¿Cuántos no han sido víctimas del alcohol, la droga, los problemas familiares o los asesinatos?
El grado de evolución de un alma no se mide en términos de dinero y posesiones materiales, se mide en términos de felicidad y bienestar.
Bienestar en todos los ámbitos: amor, dinero y salud.
En teoría, las personas felices son más evolucionadas que las personas miserables.
Fijémonos que digo «en teoría», porque es posible que un alma evolucionada tenga una vida de sufrimiento, con el objetivo de llevar a cabo una misión determinada o aprender una lección específica.
El mejor ejemplo es Jesucristo.
A pesar de que su vida fue un completo martirio, Jesús fue un ser evolucionado que vino al mundo para cumplir una importante y noble misión.
La reencarnación no sólo explica las diferencias en las vidas de las personas, sino que hace más sentido cuando de juzgar se trata.
En el cristianismo, los juicios son severos: O se va al cielo o se va al infierno. Punto final. No hay niveles intermedios.
En la reencarnación no existen estas decisiones radicales.
Las almas ascienden o descienden, según sus obras.
Esto tiene sentido si consideramos que la mayoría de personas se encuentran en puntos intermedios.
Es decir, ni son tan buenas, ni son tan malas.
Mandar al infierno a un individuo promedio parece demasiado castigo.
Al mismo tiempo, mandarlo al cielo también es demasiado premio. Nadie en este mundo es merecedor de tan alto privilegio.
La reencarnación posee puntos intermedios, tanto en el ascenso, como en el descenso.
Reencarnando se puede ir, lentamente, hacia el paraíso o el infierno. Todo depende del nivel de evolución del alma.
Por estas razones, considero que la reencarnación es la mejor explicación al problema de la existencia.
Es la teoría más justa, equilibrada y sensata.
No obstante, la reencarnación también tiene sus puntos flacos.
Lo primero que hay que preguntarse es: ¿Por qué Dios nos creó con tan poco nivel de evolución? ¿Acaso no era posible crearnos perfectos desde un principio?
Según la biblia, se supone que así sucedió, pero perdimos ese privilegio con nuestra desobediencia.
A término personal, tengo problemas para entender cómo seres evolucionados y perfectos pueden haber pecado.
Es decir, ¡es una contradicción de términos!
Me explico:
Si somos evolucionados y perfectos, es imposible hacer el mal. Y si hacemos el mal, es porque no somos perfectos ni evolucionados.
Por definición, un ser perfecto no puede obrar el mal. Pues si lo hiciera, no sería perfecto.
El hecho de que hayamos obrado mal es prueba de que nunca fuimos perfectos. Nunca fuimos evolucionados.
Es posible que Dios nunca nos haya creado perfectos. Quizá lo que siempre quiso es que evolucionáramos.
La vida puede ser parecida a un juego, en donde el protagonista empieza desde los niveles más bajos para ir ascendiendo hacia los niveles superiores.
El juego termina cuando las almas han alcanzado el punto más alto de evolución y perfección.
Otro punto que me despista es el siguiente:
¿Cómo es posible no recordar nada de nuestras vidas pasadas?
¿Acaso no es injusto ser incapaces de rememorar las lecciones de otras vidas?
Pareciera que, cada vez que encarnamos, empezamos otra vez desde cero.
Una explicación podría ser la siguiente:
Muchas veces lo que tenemos que experimentar en una vida es demasiado traumático para tener que recordarlo.
Es mejor olvidar estos sucesos dolorosos para continuar en blanco en la siguiente vida.
También es posible que no olvidemos las lecciones que aprendimos en vidas pasadas. Simplemente, no las recordamos a nivel consciente.
Puede ser que las recordemos en otro nivel de conciencia, como el subconsciente o el supraconsciente.
Es sensato creer lo siguiente:
Si Dios desea que las cosas fluyan, es mejor que las almas no recuerden. Esto evitaría boicots en su plan cósmico.
La reencarnación, sea que se trate de una broma cósmica o un plan maestro, puede ser la mejor explicación para nuestra existencia.
Bueno, mis emprendedores de la felicidad, vamos a dejarlo hasta aquí.
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Como siempre, te ha hablado tu amigo y servidor, Andrés Rueda.
¡Les deseo a todos un maravilloso día y hasta la próxima!